Los últimos de Filipinas

Los últimos de Filipinas

Un despropósito de película

Felipe II encarga a Andrés de Urdaneta y Miguel López Legazpi la conquista de unas islas recién descubiertas, ocupación que culmina en 1565. Seis años más tarde se funda la ciudad de Manila y se da el nombre de Filipinas al archipiélago recién descubierto, en honor al rey de España. A más de 100 kilómetros al norte de la capital se encuentra el distrito de El Príncipe, aislado de ésta por impenetrables bosques, agrestes montañas y el río San José. El distrito era regido por un comandante político militar español, que además era el Delegado de Hacienda, Juez de 1.a Instancia y Administrador de la oficina de Correos. Su capital, Baler, fue fundada por el misionero español Blas Palomino, aldea entonces de unos 1.800 habitantes. El responsable del orden del pueblo, un sargento de la guardia civil y cuatro guardias filipinos.

En agosto de 1896 los independentistas rebeldes se levantaron contra las autoridades españolas, rebelión que fue sofocada. La Corte envió un gran contingente de soldados para sofocar futuras rebeliones. Un batallón expedicionario de 50 hombres que mandaba el teniente José Mota, de 19 años de edad, arribó a Baler, siendo recibidos calurosamente por los nativos. Confiado por la recepción, el teniente distribuyó la tropa entre varias construcciones de la aldea, todas de madera y paja. Diez soldados en el cuartel de la Guardia Civil, él y 18 soldados se alojaron en casa de Lucio Quezón, un nativo maestro del pueblo.

A las once de la noche del 4 de octubre de 1897 los rebeldes atacaron las posiciones españolas, mientras dormían, sufriendo 10 bajas. Los supervivientes huyeron a la selva comandados por un sargento y un cabo de la Guardia Civil a quienes acompañaba el fraile Cándido Gómez Carreño, párroco de la aldea. El teniente, creyendo que su batallón había sido aniquilado, se suicidó. Todos los que se ocultaron en la jungla, a excepción del cabo, fueron capturados posteriormente por los tagalos. Cuando estas noticias llegaron a Manila el mando militar envió a Baler un destacamento de 100 hombres, y en diciembre de 1897 se llega a un acuerdo de paz con los insurrectos, se destierra a su líder (Emilio Aguinaldo), previa indemnización, y se liberó a los presos retenidos por los rebeldes. El ejército, a excepción de los mandos, estaba compuesto en su mayoría por indígenas que desertan de las filas españolas, movidos por las magnas promesas de bienestar que los subversivos les ofrecían.

San Luis de Tolosa hoy

El 18 de febrero de 1898 llegaba a Baler desde Manila, el recién nombrado Gobernador Político Militar del distrito de El Príncipe, el capitán de infantería Enrique de las Moreras y Fossi. Le acompañaban el teniente Juan Alonso Zayas, el 2.º teniente Saturnino Martín Cerezo y el supervisor del cuerpo médico (con grado de teniente) Rogelio Vigil de Quiñones. La tropa la conformaban 50 hombres (4 cabos, 1 corneta, 3 sanitarios, dos de ellos filipinos, y 45 soldados. También se incorpora el párroco de Baler, Cándido Gómez Carreño, que había permanecido secuestrado.

En este punto da comienzo la película que acaba de estrenarse, rodada con un costo cercano a los seis millones de euros. A mi exiguo entender, un prodigio de gran valor fotográfico y excelente sonido pero que, aunque está basada en hechos reales, cuenta una epopeya que está lejos de la realidad. Se distorsiona, se miente, se inventan personajes, y se ultraja la memoria de nuestros héroes. Todo en aras de contar las miserias de la guerra, pero que podían haberse inspirado en conflictos imaginarios. Esos protagonistas no fueron Los últimos de Filipinas, que es lo que nos quieren relatar. Una indecencia que emana del sectario progresismo que domina gran parte de nuestro cine, al que sufragamos con el dinero de todos. Bajo mi punto de vista, una historia distorsionada: ¡Una historia de vergüenza!

Supervivientes

El film comienza deformando la realidad cuando nos presenta en Baler a un sargento (que nunca existió), encarnando el odio y la grosería, la antítesis de la disciplina militar. Se omite la llegada del teniente Juan Alonso Zayas, que muere de beriberi nueve meses más tarde. Nos muestran la figura de un fraile apócrifo, fray Cándido Gómez Carreño, consumidor de opiáceos. Para abundar en la inexactitud se omite la presencia de dos franciscanos que sufrieron y sobrevivieron al sitio: Juan López Guillén y Félix Minaya, este último cronista de los hechos. Nos despliegan a la tropa recién llegada como unos baldíos reclutas, obligados a ejercicios de puntería con botes de conservas, nada más lejano de la realidad; 12 de ellos ya habían estado en Baler con el teniente Mota y el resto pertenecían al Batallón de Cazadores nro. 2 con experiencia militar.

La figura espuria del Gobernador Político Militar Enrique de las Morenas y Fossi es de juzgado de guardia, se retrata un personaje que pasa de sus obligaciones castrenses, sólo dedicado al cuidado de un ficticio perrito. Silencian los escritos que enviaba a los sitiadores que son dignos de alabanzas. El teniente Saturnino Martín Cerezo, un oficial disciplinado, estricto con las ordenanzas militares, que efectivamente mandó fusilar a los desertores aplicando los artículos 35 y 36 del Código de Justicia Militar, pero ni en el modo y momento que nos cuentan. Es ruin que además le muestren como el asesino de la nativa que sexualmente incitaba a los sitiados.

No se menciona la labor del teniente médico Rogelio Vigil, que aparece en la escena como un segundón. Enfermo de beriberi y herido en un costado, él mismo se practicaba las curas, ayudándose de un espejo, y se hacía trasladar en una silla hasta el lugar donde su presencia era necesaria. La iglesia donde se refugian dista mucho de la que vemos en la película; la original, de forma rectangular, tenía 30 metros de larga por 10 de ancha y anexo un corral de 25 metros que, en su momento, sirvió de huerto. La tenacidad y valentía de aquellos sitiados fue reconocida por los norteamericanos, hasta entonces nuestros enemigos, que enviaron al teniente James C. Gilmore y 14 marines a rescatarles.

El teniente fue hecho prisionero por los tagalos y los marines ejecutados También él dejó por escrito las efemérides de los ocho meses que estuvo cautivo. Durante el asedio recibieron las audiencias de nativos y oficiales del ejército español requiriéndoles el cese de hostilidades, las Filipinas ya no pertenecían a España. Según la película, el 13 de febrero los visita el teniente coronel Aguilar Castañeda, quiere ver al Capitán de las Morenas, alegando conocerle, para obligarles a deponer las armas. Otro dato ficticio, el visitante de ese día fue el capitán Miguel Olmedo Calvo, que vestía de paisano, motivo por el cual el teniente Martín Cerezo no le creyó. La cortesía del teniente coronel Aguilar Castañeda sucedió el 29 mayo, pero éste no dijo conocer al Gobernador De la Morenas, como se dice en el film.

El 7 de junio de 1899, después de 337 días de asedio, abandonaba la iglesia de Baler un contingente español formado por 2 tenientes, 2 cabos, 1 corneta y 28 soldados, harapientos, esqueléticos y desdentados. En el asedio habían muerto 19 españoles: 2 por fuego enemigo, 2 fusilados y 15 por la disentería o el beriberi. Hubo también seis deserciones, cuatro de ellas de soldados filipinos. Las víctimas mortales de los insurrectos llegaron a 700. A pesar de las bajas sufridas por los sublevados, el teniente coronel tagalo Simón Tecson, ante quien la tropa española claudicó, no los tomó como prisioneros, les rindió honores militares. El mismo presidente de Filipinas, Emilio Aguinaldo, y su esposa, Hilaria del Rosario, dándoles cobijo y hospitalidad, según las necesidades, tuvieron un comportamiento apropiado con nuestros héroes. Hoy en la iglesia San Luis de Tolosa de Baler hay una placa, implantada por el Comité Histórico de Filipinas, que recuerda aquella epopeya. Es una pena que nuestro cine no esté a la altura de las circunstancias.

Comandante De las Morenas

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