Las cabinas Télex (II)

Las cabinas telex

Vivíamos bajo la advocación de un gobierno militar, yo no voy a decir dictadura, que no debió de olvidar que la primera bandera tricolor, de la II República, ondeó en el Palacio de Telecomunicaciones y los telegrafistas éramos la cenicienta del funcionariado. Los años 70 fueron prolíferos en visitas políticas y efemérides, muchas deportivas, que requirieron de las cabinas télex para publicitar y difundir los plácemes de personalidades extranjeras.

En mayo de 1970 Francisco Franco recibió la visita de Marcelo Caetano, presidente del Consejo de Minis- tros de Portugal. Para cumplimentar a la prensa que informaría del evento, la Dirección General de Correos y Telecomunicaciones instaló un gabinete en el CIP (Club Internacional de Prensa), palacete ubicado en la calle Pinar nro. 5, limítrofe con en el Paseo de Castellana, muy cercano a los Nuevos Ministerios. Durante años esa residencia fue una filial de la cabina télex que teníamos en Cibeles, en la que desempeñé mi papel como responsable operador con relativa frecuencia. Por esa asiduidad era reconocido y apreciado por el personal del Club, que siempre me dispensó un tratamiento profesional y jerárquico muy superior al que en Telégrafos nos tenían acostumbrados.

En estos eventos, tanto el Ministerio de Información y Turismo como el de Asuntos Exteriores, cabalmente la OID (Oficina de Información Diplomática) acreditaba funcionarios acordes con sus competencias y responsabilidades. La diferencia entre aquellos funcionarios y el que esto escribe, aunque jerárquicamente parejos, era abismal. Los telegrafistas éramos unos indigentes servidores carentes de decisiones, mando y operatividad.

El Club Internacional de Prensa contaba con un servicio de bar restaurante al que, en mis horas de asueto, visitaba para tomar un café, una cerveza o un cubalibre, dispendio que ritualmente pagaba de mi pecunia. Un día una de las camareras solicitó mi anuencia para poder tildarme de bobo, era el único cliente que abonaba lo que consumía. A partir de esa máxima firmé con mi nombre todas las facturas de consumiciones, que fueron cargadas al Ministerio de Información y Turismo. No hubo el mínimo problema.

Al regresar el mandatario luso a Portugal y la consiguiente clausura del gabinete, el director de la agencia de prensa ANI (homologable a la agencia EFE en España), usuario de nuestras instalaciones, agradeció mis servicios instándome a que saludara a Manuel, mi jefe, a quién él conocía. Le respondí que trasladaría sus cumples a Pérez Castro, mi jefe, respuesta que sorprendió al periodista. Él se refería a Manuel González (Director General de Correos y Telégrafos), a quien yo no conocía ni por foto. Yo a quien aludía era a Manuel Pérez Castro, jefe del Servicio Télex, para más abundamiento, también periodista del periódico PUEBLO.

En diciembre de 1959 el presidente de los Estados Unidos de América, Dwight Eisenhower, familiarmente IKE, visitó España, lo que simbolizaba la rehabilitación definitiva de Francisco Franco, tras años de ostracismo. Aquella visita la viví en la calle, como millones de españoles que en ellas les aclamamos, aunque era telegrafista, el télex y sus cabinas públicas quedaban muy lejanas. Ignoro si el Club Internacional de Prensa fue el cuartel general de los corresponsales acreditados. Lo que si confieso es que las instalaciones de la calle Pinar, 5, fueron de obligado usufructo por nuestra Dirección General, sobre todo en la década de los 70.

En junio de 1970 el Generalísimo Franco recibía la visita del Charles de Gaulle y en octubre aterrizaba en Madrid el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. La proporción del visitante obligó a montar más de una cabina, recuerdo la del aeropuerto de Barajas, para informar de la llegada, y otra en el hotel Plaza, de la plaza de España. El trayecto desde el aeropuerto hasta el hotel, en el coche de un compañero telegrafista, con las calles abarrotadas de gente y vigiladas por numerosos efectivos del ejército y de la policía, hizo que me sintiera una de las personas más importantes de este país. Además de las credenciales personales llevábamos un distintivo en el vehículo donde decía, más o menos, que estábamos trabajando para la nación. Qué gozada cuando un control de seguridad nos paraba para identificarnos e inmediatamente cuadrarse y permitirnos la marcha.

La recepción, a lo largo del día, fue muy dispar: visita al Jefe del Estado en El Pardo, entrevistas con otras delegaciones y cena de gala en el Palacio Real, lo que trastocaba un tanto el programa que teníamos marcado. Surge un problema de la comida y personal de Asuntos Exteriores, me proponen comer en un restaurante de la Avenida de José Antonio (hoy Gran Vía). La indigencia telegrafista para tomar una decisión, me obligó a hablar, vía teléfono, con Pérez Castro para preguntarle cómo se me satisfacería ese gasto. Se me propone abonarlo de mi bolsillo, ese desembolso me sería compensando como horas extras. Mis compañeros de la OID, que han oído la conversación, me piden que zanje el diálogo, estaba todo solucionado. Comimos, se pidió la cuenta, se firmó el conforme y se le devolvió al metre con una tarjeta de la Oficina de Información Diplomática, que se encargaría de abonarla. Ninguna cortapisa y para evitar posibles problemas nocturnos, se me hizo entrega de una tarjeta que ampararía el coste de la cena. ¡Qué diferencia de funcionariado!

No todas las cabinas se montaban por eventos políticos, desde 1960 a 1986 en Madrid se disputaron 14 ediciones, siempre en las últimas semanas del año, de una carrera de ciclismo en pista (los 6 días ciclistas), que se desarrollaba en el Palacio de Deportes, hoy Wizink Center. Equipos de dos corredores, uno de los cuales al menos debía estar siempre sobre la pista. El recorrido aproximado, 2.300 kilómetros, lo que suponía 12.000 vueltas al velódromo. En el centro la pelouse, además de nuestra cabina télex se daba cita un sinfín publicistas, y un mundillo de camareros, bellezas y famosos: actores, boxeadores, toreros y mucho humo, fumar entonces daba empaque y éramos muchos los fumadores.

En octubre de 1970 nuestros equipos de télex, ahora con teleimpresores SAGEM, fabricado en La Carolina, se instalaron en un anexo del Ayuntamiento de El Escorial. La Real Federación Motociclista Española organizó los “Seis días Internacionales de todo terreno”. Se dieron cita 323 pilotos de diferentes nacionalidades que recorrieron, durante seis días, senderos y carreteras de la Sierra de Guadarrama, para poner a prueba la capacidad física de los pilotos y la mecánica de las máquinas. Nuestro país, en una época de gran auge, compitió con Bultaco, Montesa y Ossa. El final lo vivimos en la pelouse del circuito del Jarama. El vencedor absoluto de estos Seis Días, el piloto checo Frantisek Mrázek.

Este ha sido un sucinto relato de mi vida telegráfica, mimando alguna de nuestras arcaicas y hogareñas Cabinas Télex. En marzo de 1981 pasé trasladado como jefe de Sector de Servicio de Cabinas Télex, Fonotélex y Burofax, a las modernas dependencias apostadas junto a los buzones, pero mi añoranza estaba con las arcaicas impresoras, por eso ya no asistí a las cabinas que en 1982
se montaron con motivo del mundial de fútbol FIFA. Voy a nombrar como colaborador y operador de Fonotélex, porque con él he coincidido en una reciente corrida de toros en las fiestas de San Isidro, a Javier Hurtado, a quien hablé de nuestra Asociación. A Hurtado, cronista taurino que se inició, si la memoria no me falla, con Fernando Fernández Román, hoy le vemos en Tendido Cero de TVE.

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