Ángel Sanz Briz, el Oskar Schindler español

Con la invasión de Polonia en, Septiembre de 1939, dio comienzo el conflicto bélico en el que se vieron implicadas la mayor parte de las naciones del mundo, contienda que terminaría también en Septiembre de 1945. España quedaba fuera de la conflagración, pero encajada en el armazón de estados que intentaban cimentar la nueva Europa, por lo que tendió acuerdos económicos y políticos con los países del Eje: Berlín-Roma-Tokio, ejerciendo de abastecedora de materias primas así como de apoyo estratégico en la lucha contra el comunismo. También Hungría se declaró neutral mostrando igualmente simpatía por las potencias del Eje. La vida de la comunidad hebrea en el país magiar, 800.000 personas, transcurrió con cierta tranquilidad hasta 1938, con la anexión de Austria por la Alemania nazi. La extrema derecha, los grupos nacionalistas y los intelectuales, que siempre fueron antisemitas, presionaron al gobierno húngaro que declaró las primeras medidas antisemitas, incluido el exilio. Destierro ejercido por los Reyes Católicos en la Corona de Castilla y Aragón en 1492, por motivos religiosos y de usura. En 1497 serían expulsados del reino Navarra y del reino de Portugal. Los integrantes de esta diáspora recibieron el nombre de sefardíes, palabra que designa a España en lengua hebrea.
A partir de enero de 1944, cuando los alemanes tienen casi perdida la contienda, los campos de la muerte trabajaban a un ritmo infernal. Hitler pretendía que Hungría se implicase en la guerra y que también colaborase en la remesa masiva de hebreos a los campos de la muerte, por lo que envió a Adolf Eichmann a Budapest para supervisar los planes de exterminio de la comunidad judía del país. El embajador de España en la capital húngara, Miguel Ángel de Muguiro, fue consciente de ello, y decidió actuar en consecuencia informando al gobierno de España sobre los inhumanos preceptos antisemitas. Con mucha habilidad, Muguiro había rescatado un real decreto de 1924 del directorio militar de Primo de Rivera, por el cual todos aquellos que demostrasen tener origen sefardita podrían obtener la nacionalidad española, lo que les otorgaría inmunidad ante el avieso operar de los nazis. Ese decreto había expirado en 1931, finiquito ignorado por los nazis. Muguiro consiguió visados españoles a 500 niños, de entre 5 y 15 años, a los que logró sacar del país enviándolos a Tánger, ciudad en esas fechas ocupada por España, librándolos así de una muerte segura. Los responsables políticos del gobierno húngaro pronazi, conocedores y no aceptando el proceder del embajador, presionaron ante España para que fuera relevado. En Junio se vio forzado a abandonar el país dejando la legación en manos de Angel Sanz Britz, como embajador encargado de negocios.
En junio de 1944 envió una carta a España, informando al Gobierno de las disposiciones antisemitas y de las atrocidades que estaban sufriendo en Budapest, y principió a ocultar judíos en los sótanos y buhardillas de la legación española, hasta la saturación, incluso alguno fue alojado en su casa. Al no tener sitio para más perseguidos, decidió alquilar pisos, un total de 11, poniendo en la fachada la bandera de España, lo que los convertiría en casas con soberanía española, prohibiendo a sus inquilinos salir a la calle. Con su grandeza agotó los fondos de la embajada, por lo que empleó su propio peculio para costear los alquileres, comprar víveres y sobornar a policías y funcionarios húngaros, al objeto de proteger las viviendas, evitando que las patrullas nazis accedieran a las supuestas casas consulares. Hoy un colorido mural con la cara de Ángel Sanz luce en una de las fachadas. El nuevo diplomático acogiéndose al decreto, ya esgrimido por su antecesor, que reconocía la nacionalidad española a los sefardíes, logró pasaporte y protección para 200 sefarditas. El gobierno húngaro puso la condición de que los protegidos judíos españoles fueran trasladados a España con los gastos pagados. «Las doscientas unidades que me habían sido concedidas las convertí en doscientas familias; y las doscientas familias se multiplicaron indefinidamente merced al simple procedimiento de no expedir documento o pasaporte alguno con un número superior a 200», según narró el propio Sanz Britz. Asimismo instó al representante de la Cruz Roja Internacional a que colocara letreros españoles en hospitales, orfanatos y clínicas de maternidad, para proteger a los judíos que se encontraban allí.
Ángel Sanz, conocido por muchos como El Ángel de Budapest, salvó de la muerte a 5200 judíos. Los buscó en las estaciones de donde salían los deportados y en las marchas de la muerte que caminaban hacia su cautiverio, sólo 200 eran sefardíes de origen español. Desde el inicio del nuevo régimen franquista, en España comenzaron a dictarse medidas represivas y depuradoras contra cualquier disidencia religiosa, especialmente la judía, normas destinadas, en gran parte, a la propaganda publicista del régimen de cara a sus aliados del Eje. No se sabe con seguridad si Franco dictó alguna medida concreta de ayuda hacia los sefarditas, pero lo que sí se puede demostrar a través de los numerosos despachos de los diplomáticos españoles es que el ministro de Asuntos Exteriores y el jefe del Estado estaban al corriente de los muchos judíos que traspasaron las fronteras hispanofrancesas y desde los puertos españoles embarcaron con destino África y Sudamérica. El 24 de octubre de 1944 el ministro de Asuntos Exteriores, Lequerica, escribió a Sanz Briz: “ruego se extienda la protección al mayor número de judíos perseguidos .”
Ante la inminente caída de Budapest en manos del Ejército Rojo, el Gobierno le ordenó abandonar la embajada y se trasladó a Suiza el 30 de Noviembre de 1944. Giorgio Perlasca, un veterano italiano de la Guerra Civil Española, ciudadano español honorario, que había estado ayudando a Sanz Briz en sus tareas de protección de los judíos, continuó su labor utilizando documentos de identidad españoles falsificados por él mismo, en los que declaraba ser el embajador español en funciones ante Hungría. El 1 de Diciembre de 1944 Perlasca hacía su ronda por las casas protegidas y en una de ellas vio que los cruciflechados (húngaros pronazis) habían sacado a todos sus habitantes y los tenían formados en la calle. Los cruciflechados habían sido informados desde la frontera que Sanz Briz había abandonado Hungría y por tanto ya no había embajada española y no había motivo para mantener la protección de los judíos españoles. Perlasca, que no era un desconocido para las autoridades húngaras, acompañaba a Sanz Briz en las gestiones con las instituciones húngaras, les contradijo diciendo “Sanz Briz volverá con el reconocimiento del gobierno cruciflechado bajo el brazo . Yo estoy al frente de la legación española” . Esto era completamente falso porque Perlasca nunca fue diplomático, de hecho no era ni siquiera ciudadano español de pleno derecho, pero consiguió que los acogidos siguieran a salvo hasta el 16 de Enero de 1945, con la entrada del ejército soviético en Budapest.
Una vez terminada la guerra, Angel Sanz continuó su carrera diplomática siendo destinado a San Francisco, Washington, Lima, Berna, Bayona, Guatemala, La Haya, Bruselas y Pekín. Finalmente, en 1976, se trasladó a Roma como embajador de la Santa Sede. En dicha ciudad murió en Junio de 1980. Fue enterrado en el panteón familiar del cementerio de Zaragoza, su ciudad natal, de la que fue nombrado hijo adoptivo en 1997, dedicándole una plaza ajardinada en la que se cimenta una escultura con su busto. El 8 de Octubre de 1966 Yad Vashem (la institución oficial israelí constituida en memoria de las víctimas del Holocausto) reconoció a Ángel Sanz-Briz como “Justo entre las Naciones”, pero el régimen se negó a que viajara fuera de las fronteras españolas, y más tratándose del estado hebreo con quien el gobierno de Franco no mantenía relaciones. Como desagravio, en Agosto de 1989, en la residencia del entonces Embajador de Israel en España, Shlomo Ben Ami, se entregó a su viuda Adela Quijano, dicho título. Se autorizó también la plantación de un árbol en el “Monte del Recuerdo” de Jerusalén y, en el año 1991, Yad Vashem distinguió la acción de Sáenz Briz y reconoció a sus herederos como “Justos entre las Naciones” y se inscribió sus nombres en el “Memorial-del-Holocausto”. El cabildo de Budapest le ha dedicado más de una placa, monolito incluso han dado su nombre a calles y avenidas. También el ayuntamiento de Madrid le ha honrado bautizando una avenida con su nombre, en el distrito de la Latina. He descubierto una placa en la fachada de su casa de Velázquez 93, y me ha estimulado a escribir este artículo.


El mayor reconocimiento para España llegó cuando el Congreso Mundial Judío, celebrado en el año 1944 en Atlanta, envió una carta de agradecimiento al gobierno de España por la gran labor de sus diplomáticos. Otros embajadores o cónsules desde sus legaciones se afanaron para salvar la vida a judíos, valgan como ejemplo: Eduardo Propper de Callejón, embajada de Paris; José Ruiz Santaella, en Bedrlín; Eduardo Martínez Alonso, embajada de Inglaterra en Madrid; José de Rojas y Moreno, en Bucarest; Julio Palencia Tubau, en Sofia; Sebastián Romero Radigales, cónsul en Atenas; Bernardo Rollan de Miota, cónsul en París ; Juan Schwartz Diaz Flores, embajador en Viena.
Si hiciéramos una encuesta, una inmensa mayoría de españoles sabrían decirnos quién fue Oskar Schindler, pero serían contadísimos los que tuvieran una mínima idea de quién fue Angel Sanz Briz. Ariel Sharón, primer ministro israelí, llegó a decir,” España es ingrata con sus héroes”
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