Los Telegrafistas del Titanic

La temperada mañana del 10 de abril de 1912 el puerto de Southampton, al sur de Inglaterra, era un hervidero de gente sumando, a los muchos curiosos, los 2.224 viajeros, entre pasaje y tripulación que emprendían la travesía inaugural del trasatlántico “RMS Titanic” (Royal Mail Ship Titanic). Una ostentosa nao de 269,06 metros de eslora (longitud); 28,19 metros de manga (anchura) y 53,3 metros de puntal (altura desde la quilla hasta la cubierta). Albergaba nueve cubiertas aptas para hospedar hasta 2.787 pasajeros. Su peso, 46.328 toneladas y una velocidad máxima de 22,5 nudos (42 kms. hora). Premiosos guarismos que resultan mitigados si los contrastamos con los que despliegan trasatlánticos en singladuras coetáneas. Sirva de paradigma el “Harmony of the Seas”, con 362,12 mts de eslora; 47,42 mts de manga y 70 metros de calado aéreo, medidas que albergan 18 cubiertas para el regocijo de 6780 pasajeros. Su peso en bruto 226.963 toneladas y la velocidad de crucero similar a la del Titanic.
La grandilocuencia numérica del bajel se moderó a la mínima cuando equiparon al Titanic con sólo 20 botes salvavidas, poco más de mil plazas, pero sobradas para el armador por considerarlo insumergible. Al maniobrar para abandonar el malecón el SS New York, transatlántico británico de 170 metros de eslora y capacidad para 2.000 personas atracado en la dársena, se vio batido por la masa de agua que el coloso desplazaba. Con sus cabos rotos viró sin control quedando su popa rayana al Titanic. Si la colisión hubiese fructificado, la dilación ocasionada por el encontronazo, habría obligado al gigante a zarpar muchas horas después de la proyectada, alterando posiblemente su destino. A las 18:30 el fastuoso hotel flotante atracaba en Cherburgo (Francia) donde embarcaron 300 pasajeros, entre ellos 9 españoles, uno de ellos un camarero del trasatlántico. Dos horas más tarde partía hacia Irlanda, era su última escala antes de adentrarse en el gélido Atlántico Norte.
El bastimento contaba con un gabinete de radio y un telégrafo Marconi, por duplicado, para usufructo de pasajeros y tripulación. Los operadores perpetraron ensayos locales, a baja potencia, para armonizar los ajustes de antena, transmisores y receptores, ensayos que resultaron convincentes. El equipo estaba operado por el radiotelegrafista principal George “ John Jack” Phillips, con gran experiencia en diferentes navieras, que el día 11 había celebrado con la tripulación su 25 cumpleaños, y como su asistente y operador subalterno, de 22 años de edad Harold Sydney Bride, otro joven versado.


La tarde del 13 de abril, en plena travesía, la sala Marconi dejó de operar y tuvo que ser reparada y restablecida por ambos oficiales, lo que originó que los mensajes se acumularan. Clareaba un nuevo día. Phillips y Harold estaban muy ocupados transmitiendo los telegramas privados de los acaudalados pasajeros, que se habían almacenado el día anterior. La temperatura bajó bruscamente pero la singladura continuó sobre un mar apacible. A las 13:40 se recibió un mensaje del RMS Baltic alertando de la presencia de icebergs, parte que trasladaron al capitán y al armador. Era el primero de los muchos que se recibieron a lo largo de la jornada. Cinco horas después Cyril Evans, telegrafista del SS California, que navegaba sin pasajeros, advirtió a los navíos cercanos de la presencia de tres grandes icebergs, mensaje captado por Harold que lo porteó al puente de mando. Poco más tarde se retiraría a descansar ya que debía reemplazar a Phillips a medianoche. A las 21:00 se recibía una nueva señal desde el vapor Mesaba: “Vistas numerosas masas compactas de hielo y gran número de grandes icebergs, también campos de hielo . Tiempo bueno”, detallando las coordenadas geográficas que Philips no transfirió al puente de mando ya había recibido mensajes parecidos y se encontraba enfrascado y muy enfadado, intentando dar cero (aquí remedo nuestro argot telegráfico) de los 225 telegramas privados.
A pesar de las advertencias nadie obró adecuada mente con cautela: el armador fue reacio a reducir la velocidad, quería cruzar el océano en un tiempo mínimo para reforzar la imagen de la Compañía. Se adoptaron medidas pertinentes para divisar a ojo desnudo, increíblemente no disponían de binoculares, posibles bloques en la ruta. La temperatura descendía paulatinamente, acariciaba los cero grados. El tiempo era de plácida calma, y esto no ayudaba a detectar icebergs: con placidez el agua no dibujaba anillos al colisionar con cuerpos sólidos. Sobre las diez de la noche, después de cenar acompañado de sus ilustres pasajeros, el capitán se retiró a su camarote y el barco quedó al mando del primer oficial. En la estación Marconi, a las 22:30, el radiotelegrafista Phillips, que sigue enfrascado con la transmisión de despachos personales, es interrumpido nuevamente por Cyril Evans, el radio del SS California, que le advierte que ellos habían detenido la marcha por la peligrosa presencia de témpanos. Phillips, agobiado por el trabajo, le contestó de forma malhumorada: Cállate, cállate! ¡Estás interfiriendo con mi señal! ¡Estoy ocupado! ¡Estoy en comunicación con Cabo Race (Terranova). Cyril estuvo expectante hasta la 23.30, momento en el que apagó el equipo telegráfico y se retiró a dormir. Diez minutos más tarde el Titanic, a 22,5 nudos de marcha, besaba mortalmente a un iceberg de 120 mts de largo y 30 mts de altura que le abrió varias planchas de estribor cinco metros por debajo de la línea de flotación. El impacto intermitente no fue muy intenso, una ligera vibración recorrió la espina dorsal del gigante de proa a popa, nada ni nadie presagiaba la gravedad de la situación. La orden del capitán, tal vez cuestionable, pero en modo alguno descabellada, fue evitar el pánico a toda costa para no empeorar las cosas, si es que las vicisitudes hubieran podido empeorar. Informó a su radiotelegrafista: acabamos de chocar contra un iceberg, esté preparado para enviar una llamada de socorro, pero aguarde hasta nuevo aviso.

La proyectada demora se derogó al conocerse, con datos puntuales, que al insumergible le quedaban dos horas escasas de vida sobre el agua. A las 00:15 se emitió un CQD a todos los barcos próximos. (CQD señal de socorro que se utilizaba en las transmisiones telegráficas a principios del siglo XX. Erradamente se interpretaba como «Come Quickly, Distress» («Vengan Rápido, Problemas») cuando el verdadero significado era «Copy Quality - Distress” y traducido al español “Prueba de calidad – Problemas”). A las 00:45 el capitán regresa a la sala del telégrafo instando a que se enviaran nuevas señales de socorro a todos los barcos viables, notificando la posición del Titanic. Philips emite la nueva llamada de auxilio, ahora un SOS que, a diferencia de lo que se cree popularmente, las letras SOS no son un acrónimo de Save Our Ship (“Salven Nuestro Barco”) ni la versión Save Our Souls (“Salven Nuestras Almas”). Se había optado por esta secuencia de letras por su facilidad de transmisión; tres puntos, tres rayas, tres puntos, como bien sabemos todos los telegrafistas. La petición de ayuda ancló en las antenas de 5 navíos, entre ellos el RMS Carpathia que navegaba a 58 millas (93 kms) de distancia. El SS Californian era el más cercano pero ni el CQD ni el SOS se registraron en su equipo, su operador Cyril Evans se había ido a dormir cuando Phillips, displicente, le mandó callar. A las 02:10 el capitán Edward John Smith se persona por última vez en el gabinete telegráfico ordenando a los operadores que, una vez cumplido con su deber, dejaran sus puestos e intentaran salvarse. Bride se ausentó para conseguir ropa y salvavidas para ambos, mientras que Phillips continuó enviando señales de SOS. La dinamo del equipo se agotaba, las últimas señales de socorro fueron recogidas por el vapor Virginia “nos hundimos” ya muy confusas, posiblemente el agua había entrado en el gabinete. Harold Bride cayó al gélido océano mientras intentaba soltar una lancha salvavidas, nadó y remontó un bote con otros quince hombres a bordo, siendo rescatados a la mañana siguiente por el RMS Carpathia, a cuyo radiotelegrafista ayudó, detalles que se conocen por sus narradas vivencias. Jack Phillips quizás logró subir a un bote desplegable sin embargo no aguantó el frío de la noche y murió de hipotermia, otras versiones dicen que murió sin abandonar la sala de transmisiones. A las 2:20 del lunes 15 de abril, el Titanic se partió en dos, la popa se alzó en la noche y rápidamente se sumergió en el océano dejando en su torno a varios cientos de pasajeros que se debatían en el agua helada.
El hundimiento se saldó con 1496 muertos por ahogamiento, o hipotermia la mayoría, (un 68% del total de personas que iban a bordo, entre ellos tres de los diez españoles embarcados). Hay estudios y pruebas recientes, con testimonios de sobrevivientes, que hablan de incendios y explosiones antes del embate con el iceberg, investigaciones que con el tiempo dictaminarán la verdadera causa del hundimiento del insumergible. En 1898, catorce años antes de que el Titanic zarpara, el escritor Morgan Robertson publicó una novela, “El naufragio del Titán” sobre el crucero más grande del mundo navegando por el Atlántico y golpeado por un iceberg frente a Terranova en su viaje inaugural, con una gran pérdida de vidas. La nave era aproximadamente del mismo tamaño y desplazamiento que el Titanic, y como ella, no tenía suficientes botes salvavidas para acoger a todos los pasajeros. Había otras similitudes, como su velocidad y propulsión: en la versión ficticia el barco se llamaba “Titán”. Hace 14 años, en el nro. 1 de esta revista, otro colaborador se me anticipó escribiendo “La cabina del radiotelegrafista del Titanic”, aprovecho la fatídica fecha de la catástrofe para escribir al respecto homenajeando a sus telegrafistas.
Abril 2022
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