El Colegio de Huérfanos del Telégrafo (II)

Estamos de vacaciones de verano del año 1955; por esas fechas el cardenal Pedro Segura, de cuya diócesis dependía nuestro colegio, se encontraba en Roma, semi exiliado por reiteradas desavenencias con el jefe del Estado (Francisco Franco); el Cardenal fue sustituido por otro prelado que modificó el gobierno del instituto, tutela que recayó, como lo había sido anteriormente, en los hermanos maristas. Por motivos que ignoro, no hubo acuerdo entre los nuevos regidores y nuestras AB.
Ese verano se nos notifica que en septiembre deberíamos de incorporarnos a un nuevo internado, al Colegio Beato Francisco Gálvez, ubicado en Utiel. Un municipio de la provincia de Valencia, distante de la capital del Turia unos 80 kilómetros. Situado en la comarca Requena-Utiel, de típico clima continental con veranos calurosos e inviernos muy fríos. El edificio del nuevo centro es el reverso del que acabamos de abandonar. Un oscuro y añejo caserón, que en sus orígenes fue un hospicio (1751) y posteriormente un convento franciscano (1797). Adosada al mismo, para el culto de todo el pueblo, se cimentó una iglesia de estilo neoclásico de visible torre. A lo largo de la historia la casona también ejerció de cuartel, hospital de caridad, prisión y un centro escolar de la Orden de las Escuelas Pías (1868), es por lo que en el pueblo se nos conocía como los escolapios, aunque nada teníamos que ver con esa orden religiosa. La inestabilidad política y social de los años 30 afectaría severamente a las instituciones místicas, y los escolapios se retiraron de Utiel el 15 de mayo de 1931.

Cuando allí aterrizamos los telegrafistas tutelaba el centro una congregación de Franciscanos Menores Conventuales, de marrones y hoscas sotanas y cíngulos anudados, que habían iniciado su peregrinar pedagógico en agosto de 1951. Docentemente dependía del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Requena, ciudad distante unos quince kilómetros, docencia del que todas las tardes nos llegaban media docena de profesores, los frailes no estaban facultados para impartir ciertas asignaturas. Contábamos también con una maestra para la clase de arte y un profesor de matemáticas, ambos de Utiel.
En el colegio se estudiaba bachiller elemental (4.º y revalida), bachiller superior (6.º y reválida) y preuniversitario. Los exámenes trimestrales o finales de curso los sufríamos en el citado instituto de Requena.
El nuevo instituto se nutría con medio centenar de alumnos internos, una treintena éramos los recién llegados de las AB, el resto del internado hijos de familias ajenas a Telégrafos, sobre todo de Madrid y Valencia. Había otros escolares de pedanías de Utiel, distantes de 6 a 12 kilómetros. Estos mediopensionistas llegaban por la mañana, comían en el colegio y por la tarde regresaban a sus pueblos. El itinerario lo hacían en bicicleta, trayecto muy arduo, sobre todo en las gélidas mañanas de invierno. Además el centro disponía de un aula para infantes de hasta 10 años, que estudiaban sólo por la mañana; uno de aquellos alumnos, José Jiménez Fernández (Joselito), aquel año rodaba la película El Pequeño Ruiseñor. También del CHT, José Luis López Bulla, granadino de Santa Fe que fue Secretario General de CCOO de Cataluña de 1976 a 1995 y Diputado del Parlamento.

Aquella familia franciscana era párvula en la instrucción laica, desacierto que padecimos, en grado super lativo, al año siguiente de nuestra llegada con el cambio de director. El nuevo rector, al que apodábamos “Elesvi” (El esqueleto viviente), por sus menguadas carnes, nos recluía en la iglesia cuando cometíamos algún desvarío, lo que contribuyó a que perdiéramos la deferencia a lo sacro. Si consideramos que escribo de mediados de los años 50 y bajo la tutela de un código franciscano, los desafueros que podíamos cometer hoy serían considerados ingenuas anécdotas. También aquí era de obligado cumplimiento la misa diaria. El rezo del rosario se nos aplicaba como correctivo por alguna iniquidad.

Había dos comedores: uno para los mayores (cursos 4.º, 5.º y 6.º) y otro para los alumnos de cursos inferiores. Lo mismo ocurría con los dormitorios que ocupaban el segundo piso de la fachada principal, separando a ambos los servicios/lavabos y el cuarto/ garita del fraile que allí pernoctaba para controlar al personal. Lo que no evitaba, en su ausencia, los múltiples combates que sostuvimos con las almohadas, casi siempre promovidas por los más pequeños, los mismos que una noche acostaron un perro en la cama del fraile. Disponíamos de un excelente laboratorio donde dábamos las clases de física y química y confeccionamos, aprovechando la ausencia del profesor, más de una bomba fétida amén de otros peligrosos experimentos.
También, como no, hubo muchos momentos de esparcimiento. Con nuestros franciscanos visitamos en más de una ocasión la ciudad de Tarancón (Cuenca), donde la Orden tutelaba otro colegio (Melchor Cano) contra cuyo equipo jugamos más de un partido con más o menos fortuna. El balompié en Utiel lo ejercitábamos en el campo del fútbol de la ciudad (El Nogueral), en alguna ocasión compitiendo contra el equipo local. En los patios del colegio practicábamos con más frecuencia el frontón. En el cine/teatro de la villa (Rambal) representamos un par de obras de teatro. Al local también acudimos en más de una ocasión para ver alguna película, salidas que se suspendieron cuando nos proveyeron de sala de cine en el colegio, un proyector de filmes de 8 mm. con los cortes precisos para suprimir el mínimo arrumaco amoroso. Nuestros frailecillos lo ignoraban, pero los mayores, una decena de mozalbetes de 16-18 años, organizamos más de un guateque en casa de alguna de las chicas del pueblo, las mismas chavalas que en un par de ocasiones nos fueron a rondar en fiestas falleras, bajo las ventanas de nuestro dormitorio. También disfrutamos de las fallas, tanto las que se plantaban/quemaban en la ciudad como en Valencia capital. Con nuestros franciscanos hemos girado visitas al Museo del Prado, al Palacio Real de Aranjuez, incluso las Islas Baleares. Los padres de un compañero de curso poseían y explotaban una fábrica de ladrillos, instalación a donde nos desplazábamos para bañarnos en las aguas de una alberca, por supuesto sin depurar, pues nuestro colegio carecía de piscina. Utiel como Requena, productores de vino, han sido testigo de cómo pisábamos la uva en alguna de sus bodegas. En aquel manojo de frailes, que habían ingresado en el convento siendo infantes, para los que la vida era un cenobio y nosotros simples aspirantes a la santidad, destacaba uno por desigual (fray Ricardo), había tomado los hábitos después de acabar la carrera de abogado, incluso había tenido novia, afanoso bardo compuso un poema, de 50 folios, a los 14 alumnos del curso sexto que en junio de 1958 dejábamos el internado.

Por gestiones no muy fehacientes creo que las AB sostuvieron allí a los huérfanos hasta mediados de 1965. Lo que si refrendo es que nuestros franciscanos confirieron el local a otra orden religiosa en 1979. La Generalidad Valenciana se hizo cargo del complejo en 1986 y hoy el edificio es un centro de salud, que ha sufrido notables cambios. La iglesia, cuya cúpula quedó destruida en 1999 por un rayo, se muestra acertadamente remodelada, como evidencian estas fotografías.
Una vez abandonado el Colegio, rayando a cumplir los 18 años y por imperativos económicos, solicité del Gerente de las AB (Sr. Espona) ayuda para ingresar de interino en Telégrafos, demanda que se me aceptó al ofrecerme una plaza de auxiliar interino en Guadalajara, dádiva que rechacé fundamentando que el sueldo no cubriría los gastos de estar desplazado.

Conjeturo que compañeros de otras provincias, con los que me he visto en fechas posteriores, recibieron un trato similar por parte del Jefe de Centro de su ciudad. Como alternativa, nuestro paternal Gerente me planteó el ingreso en la escala de reparto, con la condición de concurrir en las primeras oposiciones a auxiliares que se convocasen, de aprobarlas siendo repartidor en la capital, amén de eludir los ocho meses de la Escuela Oficial, quedaría destinado en Madrid, como así sucedió.

Mi limitada progenie telegrafista comienza en los preludios de 1900, en aquellos pretéritos años un tatarabuelo materno, era veredero de la Nación, reseña que obtengo al confeccionar el árbol genealógico. El vínculo telegráfico se reanuda en la persona de mi padre y luego en la de mi hermano, ambos telegrafistas. Estoy ligado a Telégrafos desde mi nacimiento: mi infancia transcurre en la casa-oficina de Coria. Mi pubertad, como aquí refiero, pasa en el CHT, y mi juventud acontece al unísono de la telegrafía. A finales de 1958 ingreso en la escala de reparto, lo que me da opción a patear y conocer Madrid. A veces para repartir telegramas en el extrarradio me beneficié de la “velosolex”, una bicicleta con un mini motor supletorio, que se acoplaba a la rueda delantera con un golpe de palanca.

En junio de 1961 se me nombra Auxiliar de 3.ª clase de la Escala Mixta, con un sueldo anual de 9.600 pesetas más dos pagas extraordinarias acumulables (65€ aproximadamente), pasando destinado a la Sala de Aparatos, ciclópea nave en forma de L donde dos centenares de aparatos, de diferentes sistemas y modelos, destilaban ruido y calor, penalidades que sufríamos al no poder abrir el gran ventanal que se asomaba a la plaza de Cibeles, la corriente que se generaba removía de los atriles los miles de impresos que manipulábamos.
Como abuelo que goza narrando sus batallitas, quiero seguir con un sucinto recordatorio de mi heterogénea vida telegráfica: Mis primeros lances los doy en el Mau-Mau (así titulábamos al sector de la Sala donde se aglutinaban los viejos Creed y Siemens, que enlazaban con los centros más pequeños, en mi caso atendiendo la comunicación con Logroño). Como lo que pretendo es rendir homenaje a aquellos decadentes sistemas, debo revelar que he ejercido de copín en las destartaladas y sucias mesas donde languidecían los terminales Baudot (traigo a la memoria que había tres enlaces: Málaga, Cádiz y Algeciras). Orienté mis conocimientos de Morse atendiendo oficinas limitadas de Madrid (Pinto, Valdemoro, etc.).

Fui testigo de los últimos lances del sistema Hughes (subsistían al fondo de la sala y daban los postreros estertores dos comunicaciones con sendas entidades bancarias de la capital). En aquella bulliciosa Sala cuajaba sus primeros pinitos como telegrafista Juan Carlos Zubiaga Uribarri, de quien nos informa Máximo Velado en la revista anterior. Tuve la ocasión de volver a saludarle en un club de baile en Bilbao, creo recordar de nombre “6 estrellas” tocando con el grupo “Los Mitos”, posteriormente integrante como teclista y guitarrista de “Mocedades” y “El Consorcio”. Con más experiencia pasé a firmar la transmisión del 16.000 de Barcelona, para finalizar en Radio Canarias, en ambas disfrutando la tecnología del Siemens Pulga. En 1965 permuté las cintas engomadas por las bobinas de papel porque, a petición propia, pasé destinado a las Centralitas Télex, una nueva red donde mi vida sufrió un gran cambio, sobre todo económico. En 1971 engrosé la lista de pluriempleados y, para poder atender esta segunda actividad requerí traslado a Telebén, dependencia donde durante diez años me hice cargo de las incidencias.

En 1981, como Jefe de Turno, se me destinó a las Cabinas Télex y Burofax y, por último, en 1983 me reclamaron desde el Gabinete Telegráfico del Ministerio del Interior; allí, a excepción de la transmisión/ recepción de telegramas con órdenes de detención y captura de delincuentes, el único vínculo con nuestra Casa era la red telefónica oficial. En este destino permanezco hasta julio de 2010, fecha en la que me jubilo con 70 años de edad. Al objeto de seguir ligado al Cuerpo me hago afiliado a la Asociación de Amigos del Telégrafo, agrupación que aprovecho para recordar aquellos difíciles, pero felices, tiempos que no volverán.
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