Las cabinas Télex (I)

Maquinalmente estamos asistiendo a una metamorfosis progresiva en las tecnologías hermanadas con nuestra extinguida profesión. Administro un artilugio, como el 99% de los mortales que, con un peso y dimensiones minúsculas, saturaría los servicios técnicos de la sala de aparatos del Palacio Comunicaciones de Madrid donde me inicié como telegrafista, hoy se me antoja en la prehistoria, cimentándome en los adelantos tecnológicos. En breve nuestros solícitos y profusos móviles serán una antigualla. Una firma surcoreana pide paso para un nuevo modular (LG G5), que encanecerá lo existente. Hemos sido testigos de cómo un plebiscito de índole europeo, nacional, comunitario o municipal se tramita y se transfieren sus datos que nos llegan en un exiguo espacio de tiempo.

En fechas recientes, en las policromadas pantallas de la televisión, hemos sufrido asistiendo a la deplorable clasificación del representante español en el Festival de Eurovisión celebrado en Tel Aviv. Es este evento el que me fustiga a escribir algo que los fósiles telegrafistas vivimos. En noviembre de 1965 pasé destinado a las centralitas Telex, servicios rayanos a la sala de aparatos en la 4.ª planta. Sus ventanales se desplegaban sobre lo que llamábamos el muelle, hoy trasmutado en un acrisolado patio. La tecnología existente no permitía que un abonado del servicio nacional de télex: banco, periódico, naviera, fábrica o exportador pudiera contactar directamente con su asociado en otra parte del mundo. En mi nuevo destino un par de docenas de funcionarios, de ambos sexos, en jornadas de 24 horas, los 365 días del año, éramos los garantes de que tal servicio pudiera ofrecerse. Años de parvedad para muchos profesionales: periodistas, abogados, comerciantes, etc., que careciendo de terminales télex en sus casas o despachos les obligaba a ser usufructuarios de nuestra cabina pública, cochambrosa estancia asentada en el pomposo vestíbulo del Palacio de Telecomunicaciones. Un bedel nos advertía, vía telefónica, de la presencia de un usuario, lo que nos constreñía a bajar al hall para atenderle, servidumbre que recaía frecuentemente en mi persona. A partir de las 21:00 la aludida y desaliñada cabina se clausuraba, y era el necesitado ciudadano, acompañado por algún vigilante, quien subía a la cuarta planta para ser atendido. Posteriormente les facturábamos y cobrábamos el servicio prestado. Casi todas las noches contábamos con el cumplido de un comercial japonés quien, obligado por la diferencia horaria con su país, nos visitaba sobre las dos de la madrugada. A fuerza de la persisten te asiduidad, fragüé una gran amistad con él, que todavía perdura. Otros parroquianos pudieron ser Manuel Campo Vidal, corresponsal de un periódico catalán; Bartolomé Beltrán Pons, reportero y licenciado en medicina, responsable de la serie televisiva sobre intervenciones quirúrgicas “En buenas manos”; Manuel Molés, periodista taurino, etc. El tiempo, la tecnología y el progreso, tanto social como material nos despojaron de aquellos clientes, que pasaron a disponer en sus domicilios o despachos de los necesarios servicios telegráficos. El trasnochador japonés me sedujo para trabajar con él, en la sucinta delegación que en Madrid disponía su casa matriz de Tokio.

Aprovecho este reportaje para agradecer a mi amigo oriental, con el que trabajé codo con codo 18 años, la oportunidad que me brindó para permutar mi condición de ejecutivo de Telecomunicación por la de ejecutivo en una empresa de exportación de acero. España importó más de millón y medio de toneladas de slabs (lingotes de acero) para Altos Hornos de Vizcaya y para los nacientes Altos Hornos del Mediterráneo, S.A., y Ford España, ubicadas en Valencia. Ví fenecer mi indigente monotonía telegráfica para resurgir en otra vida, de viajes de avión, incluidos transoceánicos, para conocer otras ciudades y países donde comprar o vender nuevos productos.

En el recién nacido año 1969 en el Teatro Real de Madrid había que adecuar el local para la retrasmisión de un ansiado y venidero evento. El triunfo de Massiel en el Festival de Eurovisión de Londres de 1968, obligaba a España a ser la anfitriona del tal fausto al año siguiente. Salvador Dalí diseñó el cartel del evento. Nuestra Dirección General montó un gabinete de teletipos para dar cobertura a las necesidades de la prensa. Para ello la firma Olivetti aportó una veintena de teleimpresores, tributo que fue aprovechado por la firma italiana con réditos comerciales. Quince días antes de la gala fui conferido para hacerme cargo del gabinete, con otros compañeros que debían de atender las necesidades de telegramas.

En las dos semanas que precedieron al Festival, y que viví en el Real Coliseo, fui testigo directo de particularidades y pormenores que la prensa local silenciaba. Participaron 16 países, ninguno del eje comunista, tampoco Austria. En otros Estados europeos se convocaron manifestaciones contra el régimen. Otro intento de boicot fue una amenaza de bomba, lo que obligó a grandes controles de seguridad durante los días de su celebración. A la canción portuguesa que llevaba por título “Desfolhada”, se le permutó el nombre por “Deshojada” para evitar posibles confusiones. La presentadora, Laura Valenzuela, se vio obligada a usar un forro bajo su vestido de encajes para evitar cualquier transparencia. Desde el gobierno no se quiso dar una imagen de país encasillado en una dictadura, por lo que el régimen se encargó de agasajar a todas las delegaciones de los diferentes países, con viajes y ágapes. Los diferentes corresponsales de prensa, entre otros beneficios, usaron nuestros servicios telegráficos gratuitamente. El resultado fue que Salomé (con vivo cantando), acompañada por el trío Valdemosa y dirigida por Augusto Algueró, volvió a ganar el festival en un cuádruple empate con Holanda, Francia e Inglaterra. Eurovisión 1969 se retransmitió en directo en blanco y negro para España a través de TVE-1. Si bien aquí la televisión era en blanco y negro, TVE contrató equipos en el extranjero para emitir la señal a color en el resto de Europa y en previsión de conservarla así en el archivo de Radiotelevisión española. España, a juicio de la prensa especializada, a criterio de cantantes y participantes, realizó uno de los mayores festivales de todos los tiempos. Todo esto supuso un gran esfuerzo económico, por ese inasumible coste la ciudad elegida para acoger la XV edición del Festival de Eurovisión de 1970 no fue Palma de Mallorca, como inicial mente se pensó, se decidió Ámsterdam y nuestro representante Julio Iglesias.

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